La noche que Marta
se suicidó , fue un acto tan impulsivo como los que habían dominado
todos los hechos determinantes de su caótica vida . Si todos los que
la querían , o al menos apreciaban , como ella hubiese dicho, se
devanaron los sesos pensando por qué no dejó una nota de despedida ,
por qué precisamente de aquella forma tan brutal , ninguno hubiese
acertado en que no había ni premeditación , ni intención .
No murió en el
acto . Su último castigo fue sentir el dolor más grande (quién le
hubiese dicho a ella que siempre podía haber algo más doloroso que
lo anterior), y su último pensamiento fue :
-¡Oh Dios mío, yo
no quería matarme!
Hacía unos
segundos , caminaba por el arcén de una carretera secundaria , con un
chándal manchado de lejía en los bajos del pantalón , y un forro
polar azul marino . Las piedrecillas de asfalto se le clavaban a
través de la fina suela de sus viejas zapatillas de andar por casa .
Ya no podía más .
A pesar de ser febrero, sudaba por los cuatro kilómetros que había
dejado atrás desde que dio el portazo, dejando la cena en la mesa y
caminando a paso ligero sin rumbo, hasta salir del pueblo y continuar
por la carretera oscura .
Ya casi no
recordaba exactamente la escena que la había hecho salir de casa a
esas horas . Tampoco lloraba . Sentía las lágrimas resecas en la piel
caliente , pero el agotamiento hacía rato que le había quitado las
ganas de seguir llorando. ¡Si le venía justo respirar!
De vez en cuando,
un coche la deslumbraba , y ella , mareada y con los pies cada vez más
doloridos , se tambaleaba un poco, pensando en la posibilidad de caer .
Hacia el arcén sucio que a trozos olía a rata podrida , o... hacia
los faros.
Su móvil sonó, y
ella rebuscó en su bolsillo.
-¿Qué quieres?
-¿Dónde estás?
-Cerca del
cementerio.
-Vas a tardar
mucho? Tu plato está en la mesa aún. ¿Te lo caliento?
-¿¡Qué!?
Marta no podía
creerlo. Estaba a más de cuatro kilómetros de casa , y ni siquiera
se habían dado cuenta . Posiblemente creían que se había ido con el
coche. ¿Dónde? ¿Es que nadie se daba cuenta de que estaba furiosa ,
y por eso había salido del piso de un portazo? ¿Cuánto tiempo
llevaría andando en zapatillas? Desde luego, hasta que ellos no
habían acabado de cenar en paz , libres de sus gritos , él ni se había
molestado en llamarla .
En ese momento,
unos faros se acercaban rugiendo en dirección a ella . Cegada por la
luz , entornó los ojos, otra vez anegados de lágrimas de rabia , y,
sin pensarlo , solo dejó que sus pies avanzaran hacia la derecha .
Solo un poco. Fuera de la tenue línea blanca del arcén . Esa fue la
última estupidez que cometió en su vida . Realmente no quería
morir. Ni siquiera había soltado el teléfono, que salió volando
hacia el cielo.
Me has dejado, sin palabras; bastante fuerte....
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