jueves, 27 de junio de 2013

No ofende quien quiere...

   

 Eso dice el refrán: No ofende quien quiere, sino quien puede. Y como todos los refranes, es una idiotez. Ofender, puede hacerlo cualquiera si le da la gana. El problema no es poder, sino tener mala leche y ganas de joder. Y a veces, ofendiendo, se puede joder a la persona equivocada.
      Entre amigos, son cosas que no suelen pasar. Sobre todo, porque si un amigo ofende a otro, normalmente se acabó lo que se daba y Santas Pascuas. El problema suele ser cuando estas cosas ocurren entre familia, esas personas que vienen con el lote y que nadie ha elegido. Familias las hay de todo tipo, para poner un ejemplo, la mía. Mi padre, sevillano él, nos denomina " los descastaos". Somos de un tipo singular, como todas las familias, que daríamos un riñón por cualquiera de los nuestros, pero se nos olvida demostrarlo. Tenemos todos una facilidad sorprendente para olvidarnos de los cumpleaños, santos, y preguntas del tipo: "qué te dijo el médico sobre el ojo ese que tenías colgando".
      Bueno, sin exagerar... Pero casi... Cualquiera pensaría que estamos a doscientos kilómetros unos de otros... Pues no. Vivimos en la misma ciudad todos. Y lo más curioso, es que tenemos un punto de reunión al que sin falta acudimos dos o tres veces por semana, la casa de nuestros padres. No planeamos, no ponemos día obligatorio de ir todos a comer juntos y ni siquiera nos damos cuenta de quién ha venido hoy. Y nos reímos. Nos reímos mucho. Y hablamos mucho también. Entre nosotros, no hay secretos. Si se cuenta algo, y se pide que de ahí no salga, al instante se ha olvidado.
      Nuestros hijos, se consideran propiedad de todos. Y cuando nos reímos, delante del café de las cinco de la tarde, las primeras víctimas de nuestras risas son las burlas que hacemos de nosotros mismos. Las cuales no voy a contar, porque entraría en el terreno de lo privado, pero a veces, nuestros problemas se discuten en familia, y acabamos llorando de risa...
      Bueno, sí, voy a contar una a riesgo de que mañana alguien me arranque la cabeza, porque aún me río yo sola: El dichoso y bendito Facebook, ese que despierta pasiones y malentendidos:
      El otro día, mi hermana mayor, preocupada por un problema de la segunda, le mandó un mensaje al Facebook. Pero le entró sueño esperando la respuesta, apagó el ordenador y se fue a dormir. Al día
siguiente, me pregunta si yo sé algo:
      -Si, me lo contó por teléfono.
      -¡Ah! A ti sí y a mí no me contesta...-  Ya tenemos pique...
      Al cabo de un rato, viene la otra a mi casa.
      -¿ Tú sabes qué le pasa a nuestra hermana?
      - ¿Por?
      -Porque anoche le escribía al Facebook y va y cierra el ordenador. Creo que no quería hablar conmigo...
      Y claro, yo que ya sabía las dos versiones, me tronchaba de risa.
      Así que no voy a decir que mi familia sea la mejor del mundo. Seguro que en otra, olvidarse de los cumpleaños sería algo tan ofensivo como para dejar de hablarse. Yo al menos, estas cosas no suelo contarlas, porque da un poco de vergüenza que seamos tan "descastaos", como dice mi padre. Pero si algo tiene mejor que muchas, es que cuando está a punto de pasar algo, nunca se deja que llegue más lejos.
      Por el ejemplo en que me he educado, que como digo, no sé si es políticamente correcto, me duele ver que otras siguen precisamente eso, la corrección, el "guardar las formas", el hacer ver que son mejores que la tuya porque jamás olvidarían un cumpleaños, pero entre ellos no se ve esa confianza, ese cariño seguro y verdadero, que guardan escondidas rencillas, celos, envidias, y son capaces de romper el vínculo, antes que dar su brazo a torcer o solucionar un problema.
      Entre amigos, se pide perdón cuando pasa algo que ha puesto en riesgo una amistad más valiosa que un roce. Entre familia, esa palabra no existe. No debería ser necesaria. Se sigue como si nada y adelante.  Cuando hay alguien ofendiendo en una familia que sólo se relaciona posando para la foto, el ofensor se arriesga a dañar a más familiares de los que pueda creer. Entre suegras y nueras, entre cuñados, donde suelen ocurrir estas cosas, normalmente, el "familiar político", si tiene una familia propia estable, es quien menos sufre, por mucho que se le quiera arruinar la existencia (o creer que lo está consiguiendo), normalmente, como me ha contado recientemente una amiga, quien sufre las consecuencias es el consorte, los hijos, los abuelos... Porque... ¿ quién necesita un cuñado o un suegro si tiene padres y hermanos?
      A quienes ofenden, que piensen bien, si el placer que sienten al dañar a un miembro de su familia, lo estarán disparando a la persona correcta.
      He empezado con un refrán, y escribiendo me vienen dos más a la cabeza:
      "La sangre tira", el cual se puede contradecir con otro: "El roce hace el cariño". Y si no se fomenta el cariño, no hay sangre que valga. (Ahí podría contar otra historia, pero la dejaré para mi biografía post-mortem.)
      Cuando el orgullo, la falsedad y sobre todo, la soberbia se crecen, alegran, y envalentonan ante un gesto, una palabra, o una maniobra del despreciado para deshacer el error, nada más cabe esperar, que guardar para el futuro las fotos de cumpleaños, porque será el único recuerdo que quede de una familia basada en la mentira, porque el cariño se habrá ido, cansado de luchar por una causa perdida.
      Y recuerden, nunca hagan elegir a un miembro de una pareja enamorada. Es algo muy, muy triste, porque son flechas que dañan al miembro equivocado y a los de su sangre. Al otro, una ofensa que no venga de un familiar o un amigo, le escuece tanto tiempo como la picadura de un mosquito.
      Solo que a veces siente la necesidad de hacer reflexionar si vale la pena ser soberbio sabiendo que quienes más han perdido son las personas que más se quieren, normalmente los hijos, que podrían tener un abuelo, un tío o un primo, que de haberlo disfrutado hubiera sido lo mejor que le podría pasar a un niño, y nunca lo podrán saber.
     


   
   

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