viernes, 11 de octubre de 2013

Clara



        Llevo años dando vueltas a una idea terrorífica. Solo tiene forma en mi mente, pero hasta anoche no conseguí un comienzo para arrancar la novela. Ahí va, espero que me digáis si os gusta. (Se acepta el facebook solo a los que no tenéis cuenta en Google)
     
                                                                                   1993

CLARA

Había llegado la hora del crepúsculo. Clara jugaba entre las tumbas, recogiendo pequeñas flores cuya savia manchaba de jugo verde su manita. No se dio cuenta de cómo el sol iba menguando tras las montañas, y las sombras se alargaban sobre ella.
Era solo una niña pequeña y cantarina, un manantial de vida fresca al que los muertos que allí yacían hubieran envidiado de saber que se paseaba entre sus huesos.
Ahora la luz rojiza de los últimos minutos lo invadía todo, y los colores marfileños de las lápidas, esculturas y ramos de flores marchitos tomaban un tono rosado cada vez más oscuro.
Un soplo de viento le alborotó el pelo, y la niña se lo apartó levantando la cabeza. Entonces se dio cuenta del cambio, y contempló fascinada el espectáculo. Todo el cementerio era de color rosa, incluída ella y su vestidito blanco. Pero el sol continuaba bajando inexorable y todo se volvía oscuro. Entonces se asustó un poco, dándose cuenta de que se estaba haciendo de noche y debería volver a casa a oscuras. Se giró para salir corriendo hacia la salida, tropezó con la raíz de un rosal y cayó de bruces. Las flores que llevaba en la mano saltaron esparciéndose a su alrededor, y Clara se echó a llorar. Le sangraban las rodillas y las palmas de las manos.

A la entrada de la casa, el abuelo, con una mano haciendo visera sobre sus ojos para protegerlos de la rabiosa puesta de sol de otoño, buscaba a su nieta llamándola, volviéndose en todas las direcciones. Pasaban los minutos, y Clara no aparecía. Volvió al jardín que ya había revisado, la volvió a llamar, y salió de nuevo fuera del recinto de la casa de campo. Miró hacia la derecha, hacia el sendero que se perdía cuesta arriba y que cada vez menos transitado y más cubierto de altas hierbas, acababa dos kilómetros arriba cortado por la carretera que pasaba frente al cementerio del pueblo.
Una cabeza asomó al fondo de la cuesta. Entornando los ojos, llamó a Clara alzando una mano, gesto que la niña le devolvió. Por un segundo, justo antes de parpadear, creyó ver otra figura junto a la de su nieta. Solo un instante. Debían ser las sombras. Avanzó un paso conteniendo el parpadeo, pero solo pudo ver como la niña se volvía a su izquierda levemente, y luego emprendía una alocada carrera hacia sus brazos mientras sollozaba de alivio y dolor por sus heridas. Al levantarla en alto, Clara aún se volvió a mirar hacia atrás por última vez.
-Clara, ¿de dónde vienes? ¿Qué te ha pasado?
Y la niña, por primera vez en sus ocho años, mintió conscientemente. Los abuelos no debían saber que sus paseos la llevaban tan lejos, a su lugar secreto y favorito, o no la dejarían volver.
Le contó entre sollozos, enseñando al abuelo las palmas de sus blancas manitas, ahora sucias y con la piel levantada y sangrante, que había llegado justo hasta donde él la había visto, y se había caído al tropezar con una piedra. El abuelo le preguntó si había alguien con ella, y la niña negó con la cabeza gacha.
-¿No has visto a nadie, ni un vecino paseando, ni nada?
-No, no he visto a nadie.
-Clara, no quiero que vuelvas a salir del jardín. Y no se lo diremos a la abuela o nos la cargamos los dos, tú por desobediente, y yo por no haberte vigilado mejor. Creí que ibas a ayudarme a coger almendras del árbol para tostarlas. Ya has visto lo que les pasa a las niñas que se alejan de casa, ahora vamos a curarte esos arañazos.

Al día siguiente el abuelo hizo instalar un sistema de apertura de la verja de entrada por control remoto. Se acabó la puerta abierta de par en par, deberían haberlo hecho antes.
Lo que los abuelos no podían sospechar, era que Clara salía de la finca directamente al sendero cien metros más arriba, por una pared que la lluvia había desmoronado y que quedaba cubierta de la vista tras los setos que la rodeaban.
Cuando la abuela, al cabo de unos meses la llevó consigo al cementerio a depositar un ramo de rosas blancas sobre la tumba de su hija, la niña se soltó de su mano, y alegremente se plantó sonriente ante la lápida saludando:
-¡Hola mami!


martes, 30 de julio de 2013

Linda

   

      Linda nació ya con mala estrella. Por algún motivo, su mamá, a las pocas horas de nacer los pequeños, creyó que una de ellas estaba muerta. La cogió, y la llevó a algún rincón del edificio que antiguamente había sido una fábrica, y que ahora era el hogar de la perra y sus primeros y últimos cachorros.
      La hija del dueño del edificio y de la perra, al volver a visitar a los recién nacidos, creyó que algo no cuadraba. El día anterior había cinco perritos, y ahora solo cuatro. Se pasó un buen rato recontando y rebuscando, pero no dio con la perrita, ni siquiera bajo el cuerpo de la madre. Cuando ya se iba, en el patio, detrás de la vieja y polvorienta cisterna llena de telarañas y cagarrutas de ratón, oyó un gemido. Al acercarse, vio a Linda allí. Con muchísimo cuidado, la cogió, fría y casi muerta, y la llevó a enseñársela a su mamá. Ésta, tras la sorpresa, empezó a lamerla y le ofreció el lugar que le correspondía entre sus demás hijos. El susto había pasado.
      El dueño del destartalado edificio era un anciano algo cascarrabias, que siempre había tenido perros. Su hija tuvo que ayudarle a encontrar quien los adoptara. Todos, menos una: Linda. Ella creció junto a su mamá en casa. los dos primeros años fueron muy felices juntas. Su dueño las sacaba a pasear, venían visitas, y Linda, cariñosa y alocada, se lanzaba a los brazos de todos los que la querían. Eso sí, era una digna pastora alemana, y ningún desconocido hubiera osado entrar en "su hogar" a riesgo de perder al menos una mano. Al tercer año, el anciano empezó a dar muestras de cansancio. Cada día sacaba menos a las perras a pasear, si llovía, si hacía frío, si hacía demasiada calor...
      Y como la madre también era una perra anciana, pronto se resintió. Las visitas al veterinario eran caras y tediosas, la familia del hombre no podía hacerse cargo por cientos de motivos... Un día, el viejo, tras una consulta veterinaria en la cual le dijeron que la perra padecía de artrosis y debía ser medicada de por vida, la regaló sin consultar con nadie. Nunca se supo dónde fue a parar la mamá de Linda.
      Durante unos meses, la perra estuvo triste esperando a su madre. Poco a poco la olvidó; se supone. Ella nunca pudo decirlo. El anciano, cada vez más enfermo del corazón y las piernas, poco a poco fue espaciando las salidas con la perrita. Le llevaba comida, que le dejaba en una olla mugrienta en medio del patio. Allí mismo, bajo un grifo, en un barreño lleno de algas y larvas de mosquitos, Linda tenía su agua para beber. Los paseos se convirtieron en algo esporádico. Y claro, una perra sin salir, sigue teniendo sus necesidades, que hacía en cualquier sitio, uno distinto cada vez.
      Se hizo amiga de los ratones, que compartían el pienso con ella, y calentaban su lomo cuando en el frío invierno una manta llena de polvo, pulgas y chinches le servía de manta. El hombre se enfadaba con la perra, y le metía el hocico en las cacas, lo cual ella no comprendía. A veces, la hija iba a sacar a pasear a Linda, cuando su padre llevaba unos días sin poder ir debido a sus achaques. Ella limpiaba las cacas, echaba agua y lejía en el patio (el sumidero era el único "vater" permitido), lavaba la olla del pienso, y se quejaba a su padre de que no regalara la perra a alguien que tuviera un lugar más acogedor para la pobre. Pero el hombre, egoísta, no quería oír ni hablar del tema. Por lo cual, y para no oír más quejas, cerró las puertas del edificio y dejó a la perra confinada en el patio. Día tras día, en invierno y verano, de día y de noche. La hija, que vivía cerca, pero tenía una montaña de cargas en casa que no le permitían estar más pendiente de la perra, algunas noches escuchaba a Linda llorar, y se le encogía el corazón.
      La pobre perra, era tan agradecida, que en cuanto algún familiar, sobre todo su amo, llegaba a visitarla, se volvía loca haciendo piruetas, dando saltos y ladrando tan fuerte que los oídos zumbaban. Jamás una queja, ni un reproche.
      Estaba secuestrada en su propia casa. En un lugar infecto, que la mantenía tan sucia, que por mucho que la quisieran no podían dejar que se les encaramara a hacer carantoñas y lamerlos sin que luego fuera necesario ducharse dos veces para deshacerse del fuerte olor.
   
      Habían pasado ya quince años desde que aquella preciosa perra casi fue dada por muerta por su mamá justo después de nacer. Ojalá nadie la hubiera oído gemir. El zulo donde la perra se hallaba confinada, se volvía más y más viejo y descuidado, casi al borde de la ruina. Linda y su amo también envejecían.
      Un día, la hija fue a darle de comer y limpiar el patio, sospechando que su padre llevaba días sin hacerlo, con sus ropas más viejas y unas botas de agua. Linda no salió a recibirla. La encontró bajo una vieja máquina, que ya nadie recordaba para qué había servido. Tenía los ojos llorosos, y no quería caminar. Ni siquiera se acercó a la comida. Solo se dejó acariciar con un llanto bajito que rompía el corazón.
      La hija fue a avisar a su padre. Pero éste, por toda respuesta dijo que Linda era una caprichosa que no quería pienso, y también que la perra había perdido las muelas y le costaba masticar. Nada más.
      El hombre se negó a gastar más dinero en el veterinario, ni tampoco a que su hija lo hiciera. Pasados unos meses, un día, el anciano dijo que la perra el día anterior se había puesto muy mala, que la había llevado al veterinario, y que éste le dijo que podía irse, que la sacrificaría y se haría cargo del cuerpo.
      Nunca se sabrá si en realidad fue así.
      Esta es la triste historia de Linda, una preciosa perra que sabía dar la manita, hacer la croqueta y comía caramelos. Pero que jamás corrió por el campo. Ni tuvo amigos de su especie. Ni ladró al sol ni supo lo que era el calor de una familia.
      Espero que más allá del arcoiris, exista un hermoso lugar para los perros y los gatos que, como Linda, jamás supieron lo bonito que puede ser el mundo junto a los humanos que deben ser responsables de ellos como si de sus propios hijos se tratara.

      Te quiero, Linda. Estés donde estés, espero volver a verte algún día. Te llevaré caramelos y dejaré que me llenes de babas, te lo prometo.

viernes, 26 de julio de 2013

La Termomix y el Mercadona

   
Mientras hoy leo en un titular de periódico que en las islas Baleares hay 360000 familias con todos sus miembros sin trabajo según las cifras de este último mes de junio, por otro lado oigo una conversación. La cosa va sobre la famosa Termomix. Una olla eléctrica de mil euritos, que según cuentan hace maravillas gastronómicas.
      Me quedo pensando en la obscenidad del contraste. Hay quién (como yo), con 800 euros debemos llegar a fin de mes, poniendo en la mesa lo que nos ofrece la señora Mercadona, siempre a los mejores precios, y vaya usted a saber con qué consecuencias futuras sobre nuestra salud. O esperando a las carnes y verduras a punto de caducar que ofrece Eroski "last minute" al 50% de su precio. Todo es válido en la contrarreloj del mes a mes.
      Y sin quejarse, que solo hay que leer los titulares para comprobar que los hay que están aún peor. Que ya no hace falta recurrir a las noticias internacionales, ni a las historias de "los años del hambre" de nuestros padres, para sufrir en nuestras propias carnes y las de nuestros conocidos los dramáticos día a día que no salen en el periódico.
      Me cuenta una conocida, con dos hijos de corta edad, que los dos están enfermos con fiebre, en plena ola de calor, y que en el PAC de su pueblo no los han querido atender porque su padre, a cargo del cual estaban los niños como beneficiarios, ha acabado todos los recursos del paro y le ha sido retirada la tarjeta sanitaria. Sin avisar. Y hasta que no los cambien a la cartilla de su madre, los médicos de urgencias se niegan a atenderlos. Para más INRI, en las farmacias se niegan a venderle (pagando), antibióticos sin receta médica...
      ¿No leí que la reforma sanitaria no afectaría más que a ciertos sectores de la población, y que los niños y embarazadas, mas cualquier urgencia, no se verían afectados?
      ¿Por qué no se habla sobre esto en las noticias?
      Mientras, otro sector de la población, sigue comprando Termomixes, con el dinero de las cuales podría comer una familia entera durante un mes, y calentando más el ambiente con los aires acondicionados las veinticuatro horas al día "porque no soportan el calor". Que soporten el que generan los motores de sus aparatos los pobres que van a pie por la calle, los que trabajan al sol (si tienen la suerte de trabajar).
      Todo lo que escribo hoy, en esta noche de bochorno en la que mi ventilador de quince años no me deja conciliar el sueño con sus quejidos artríticos, son hechos reales y cercanos.
      Conocí a una sudamericana que limpiaba casas y cuidaba ancianos. Sus manos, parecidas a las mías, aunque, por suerte para ella, sin mis dedos deformados y rígidos por la artrosis, tenían la piel áspera y reseca cuando me daba las monedas de la barra de pan para la cena. Sus uñas rotas y los dedos y pies hinchados, cansados del duro jornal. Por cosas de la vida, un rico cincuentón se enamoró de ella, me alegro de corazón.
      Lo que me entristeció, después de un año sin verla, fue la diferencia de su trato hacia mí, la cajera. Con unas largas uñas postizas, por lo visto de moda ahora, una horterada de colores y brillantines, va señalando a su flamante marido los productos que él debe meter en el carro. Y al llegar a mi caja a pagar, me da la espalda, sin saludar, mientra él saca la visa oro y cuando ya ha pagado, ella le recuerda que debe recargar 50 euros al "selular" de su mami, día sí día también.
      Hasta que no pasa un rato, no se me quita el amargo sabor de boca de su desprecio.
      Me cuenta mi hijo que a un amigo suyo le han robado el móvil de 500 euros. ¿Por qué un chaval de diecisiete años sin trabajo, con su madre en paro, tenía un móvil de 500 euros?
      Otros, con las mismas edades, tienen trabajos eventuales, de cuyo salario no entregan en casa ni un duro, mientras sus padres están cobrando el subsidio de desempleo. Se lo gastan todo en juergas, móviles y consolas.

      ¡Qué fácil es dar la culpa de todo a la corrupción política, al Gobierno, a la Casa Real y demás mindongas!
      La verdad es que el español es un pueblo descerebrado sin remedio, que no aprende, y que solo quiere que la crisis bancaria se solucione para volver a obtener créditos a cincuenta años para seguir viviendo por encima de NUESTRAS posibilidades sin pensar ni en los que vendrán detrás, ni en los que no hemos hecho nada para merecer esto. Si, me incluyo. No tengo hipoteca, no tengo casa, ni siquiera podría pagar un alquiler.
      Todo lo que nos pase lo tendremos bien merecido.

jueves, 27 de junio de 2013

No ofende quien quiere...

   

 Eso dice el refrán: No ofende quien quiere, sino quien puede. Y como todos los refranes, es una idiotez. Ofender, puede hacerlo cualquiera si le da la gana. El problema no es poder, sino tener mala leche y ganas de joder. Y a veces, ofendiendo, se puede joder a la persona equivocada.
      Entre amigos, son cosas que no suelen pasar. Sobre todo, porque si un amigo ofende a otro, normalmente se acabó lo que se daba y Santas Pascuas. El problema suele ser cuando estas cosas ocurren entre familia, esas personas que vienen con el lote y que nadie ha elegido. Familias las hay de todo tipo, para poner un ejemplo, la mía. Mi padre, sevillano él, nos denomina " los descastaos". Somos de un tipo singular, como todas las familias, que daríamos un riñón por cualquiera de los nuestros, pero se nos olvida demostrarlo. Tenemos todos una facilidad sorprendente para olvidarnos de los cumpleaños, santos, y preguntas del tipo: "qué te dijo el médico sobre el ojo ese que tenías colgando".
      Bueno, sin exagerar... Pero casi... Cualquiera pensaría que estamos a doscientos kilómetros unos de otros... Pues no. Vivimos en la misma ciudad todos. Y lo más curioso, es que tenemos un punto de reunión al que sin falta acudimos dos o tres veces por semana, la casa de nuestros padres. No planeamos, no ponemos día obligatorio de ir todos a comer juntos y ni siquiera nos damos cuenta de quién ha venido hoy. Y nos reímos. Nos reímos mucho. Y hablamos mucho también. Entre nosotros, no hay secretos. Si se cuenta algo, y se pide que de ahí no salga, al instante se ha olvidado.
      Nuestros hijos, se consideran propiedad de todos. Y cuando nos reímos, delante del café de las cinco de la tarde, las primeras víctimas de nuestras risas son las burlas que hacemos de nosotros mismos. Las cuales no voy a contar, porque entraría en el terreno de lo privado, pero a veces, nuestros problemas se discuten en familia, y acabamos llorando de risa...
      Bueno, sí, voy a contar una a riesgo de que mañana alguien me arranque la cabeza, porque aún me río yo sola: El dichoso y bendito Facebook, ese que despierta pasiones y malentendidos:
      El otro día, mi hermana mayor, preocupada por un problema de la segunda, le mandó un mensaje al Facebook. Pero le entró sueño esperando la respuesta, apagó el ordenador y se fue a dormir. Al día
siguiente, me pregunta si yo sé algo:
      -Si, me lo contó por teléfono.
      -¡Ah! A ti sí y a mí no me contesta...-  Ya tenemos pique...
      Al cabo de un rato, viene la otra a mi casa.
      -¿ Tú sabes qué le pasa a nuestra hermana?
      - ¿Por?
      -Porque anoche le escribía al Facebook y va y cierra el ordenador. Creo que no quería hablar conmigo...
      Y claro, yo que ya sabía las dos versiones, me tronchaba de risa.
      Así que no voy a decir que mi familia sea la mejor del mundo. Seguro que en otra, olvidarse de los cumpleaños sería algo tan ofensivo como para dejar de hablarse. Yo al menos, estas cosas no suelo contarlas, porque da un poco de vergüenza que seamos tan "descastaos", como dice mi padre. Pero si algo tiene mejor que muchas, es que cuando está a punto de pasar algo, nunca se deja que llegue más lejos.
      Por el ejemplo en que me he educado, que como digo, no sé si es políticamente correcto, me duele ver que otras siguen precisamente eso, la corrección, el "guardar las formas", el hacer ver que son mejores que la tuya porque jamás olvidarían un cumpleaños, pero entre ellos no se ve esa confianza, ese cariño seguro y verdadero, que guardan escondidas rencillas, celos, envidias, y son capaces de romper el vínculo, antes que dar su brazo a torcer o solucionar un problema.
      Entre amigos, se pide perdón cuando pasa algo que ha puesto en riesgo una amistad más valiosa que un roce. Entre familia, esa palabra no existe. No debería ser necesaria. Se sigue como si nada y adelante.  Cuando hay alguien ofendiendo en una familia que sólo se relaciona posando para la foto, el ofensor se arriesga a dañar a más familiares de los que pueda creer. Entre suegras y nueras, entre cuñados, donde suelen ocurrir estas cosas, normalmente, el "familiar político", si tiene una familia propia estable, es quien menos sufre, por mucho que se le quiera arruinar la existencia (o creer que lo está consiguiendo), normalmente, como me ha contado recientemente una amiga, quien sufre las consecuencias es el consorte, los hijos, los abuelos... Porque... ¿ quién necesita un cuñado o un suegro si tiene padres y hermanos?
      A quienes ofenden, que piensen bien, si el placer que sienten al dañar a un miembro de su familia, lo estarán disparando a la persona correcta.
      He empezado con un refrán, y escribiendo me vienen dos más a la cabeza:
      "La sangre tira", el cual se puede contradecir con otro: "El roce hace el cariño". Y si no se fomenta el cariño, no hay sangre que valga. (Ahí podría contar otra historia, pero la dejaré para mi biografía post-mortem.)
      Cuando el orgullo, la falsedad y sobre todo, la soberbia se crecen, alegran, y envalentonan ante un gesto, una palabra, o una maniobra del despreciado para deshacer el error, nada más cabe esperar, que guardar para el futuro las fotos de cumpleaños, porque será el único recuerdo que quede de una familia basada en la mentira, porque el cariño se habrá ido, cansado de luchar por una causa perdida.
      Y recuerden, nunca hagan elegir a un miembro de una pareja enamorada. Es algo muy, muy triste, porque son flechas que dañan al miembro equivocado y a los de su sangre. Al otro, una ofensa que no venga de un familiar o un amigo, le escuece tanto tiempo como la picadura de un mosquito.
      Solo que a veces siente la necesidad de hacer reflexionar si vale la pena ser soberbio sabiendo que quienes más han perdido son las personas que más se quieren, normalmente los hijos, que podrían tener un abuelo, un tío o un primo, que de haberlo disfrutado hubiera sido lo mejor que le podría pasar a un niño, y nunca lo podrán saber.
     


   
   

miércoles, 26 de junio de 2013

Escribir

     

Tengo cuarenta y dos años, y me gusta escribir. Escribir es encadenar palabras, unas a otras, formando una cadena que se espera que sea más o menos coherente. Lo cual no significa, que de esa coherencia salga un cuento, relato o novela. Simplemente, encadenar palabras. Tras dos experiencias vitales largas y dolorosas, estoy en condiciones de decir que el sufrimiento no nos hace más fuertes, no nos ilumina, y no nos ayuda en nada de cara a la vida que nos queda por delante. Tampoco haber sufrido sirve para escribir buenas historias autobiográficas. Al contrario. Quien dice que hay que escribir basándose en sus propias experiencias, recreando personajes inspirados en la vida real del que escribe, se pasará más horas recalentándose los sesos al intentar separar la realidad de la ficción, alejando los recuerdos que le asaltarán deprimiéndole y bloqueando la mente a todo lo que no sea el pasado, que el proceso de escribir se convertirá en una experiencia lenta y dolorosa.
      Así que admiro profundamente a quienes son capaces de hacerlo. De escribir recreándose en sí mismos, su vida y milagros. Yo no puedo hacerlo. Ni me da la gana intentarlo.
      Hace poco, imitando a la persona más tenaz, valiente y tolerante a las frustraciones que se puede tener como compañero, decidí que en vez de lamentarme por no haber tenido las mismas oportunidades en la vida que él para vivir una vida satisfactoria, iba a intentarlo.
      Estoy trabajando y buscando trabajo en lo que realmente me gusta. He decidido olvidar que yo tenía otra profesión, a la que llegué a odiar por sentirme vacía, frustrada y agobiada. Gracias a Dios, la crisis y el paro me han ayudado a salir de ese infierno. Debo ser la única española agradecida con la situación... y si le ha pasado a alguien más, no creo que se atreva a decirlo. Yo estoy luchando cada día contra eso. La hipocresía, el qué dirán si digo esto, qué pensarán de mí sabiendo que ahora me dedico a escribir.
      Hace años, siglos, estas reflexiones se hacían por carta. Dos interlocutores, uno consolador y otro consolado, mantenían largas correspondencias en las que de vez en cuando, uno de ellos escribía una frase lapidaria, o esperanzadora, o iluminada.
      En mi caso, mi correspondencia se pierde en la red. He perdido muchas partes importantes de conversaciones que han ido cambiando mi vida, al no haber sido consciente de ello hasta hace poco.
      Y al empezar a escribir, lo que más me ha ayudado a seguir, ha sido comprobar que los que me critican, los que murmuran, los que envidian mi nueva vida (sin saber nada sobre ella), no leen un libro ni por error. Suelen ser los adictos al "gran hermano", los gallineros de telecinco y los partidos de fútbol. No me siento mejor que ellos. Solo soy diferente. Por lo cual, he decidido que esas personas no están capacitadas para juzgarme, como yo no puedo juzgarles a ellos, ya que desconozco los mecanismos intelectuales que los motivan a vivir su vida, como ellos desconocen los míos.
      Quizás vuelvan para mí los malos tiempos. Podría ser que nuestra forma de vivir y de buscarnos la vida fracasara, y tuviéramos que entrar en el mundo de los engranajes sociales establecidos por un sector de la población como "correctos". Si ese día llega, no agacharé la cabeza ni me sentiré estúpida por haber intentado vivir de acuerdo a lo que desde siempre mi cabeza me pedía a gritos.
      Recordaré a Mary Shelley, a Emily Brönte, a Poe, a Bécquer, y a tantos otros que tampoco lo consiguieron...


miércoles, 19 de junio de 2013

EL CONDE MAL sinopsis y personajes

                            LA LEYENDA DEL CONDE MAL

SINOPSIS:
Corre el siglo XVII. En una convulsa Mallorca feudal, el Conde de Formiguera, caballero de la Orden de Calatrava, se va convirtiendo poco a poco en el siniestro personaje que dio origen a la leyenda del Conde Mal, cuya alma vaga aún por sus dominios en el monte Galatzó. Esta ficción histórica, con tintes de terror gótico, cuenta una historia de amor, venganza y brujería, a la vez que describe la evolución de un psicópata, y la sociedad isleña de la época.
Ramón Zaforteza existió realmente. En la novela se mezclan datos y personajes verídicos, con el terrorífico relato de los crímenes que supuestamente cometió, y que, tras muchas indagaciones, una anónima narradora consigue desentrañar sin que se sepa hasta el final cual es su motivación.
Tras un prólogo que anticipa al lector mediante el  inquietante “Romance del Conde Mal”, la novela cabalga con un ritmo rápido y lleno de violencia, pesadillas y magia negra, siempre a la sombra del Galatzó, la montaña embrujada que actúa como telón de fondo, hacia un final incierto, mientras el cántico flota en el aire como una interrogación. Tras el FIN, un epílogo sorprende descubriendo qué personajes y hechos fueron reales y cuales producto de mi imaginación.

PERSONAJES PRINCIPALES

RAMÓN ZAFORTEZA: Heredero de innumerables títulos y propiedades, huérfano del padre “perfecto”, que consiguió convertirlo en Caballero de la Orden de Calatrava a la edad de diez años. Fue educado en la ambición y crueldad con los vasallos, a la sombra de una madre fría y distante, y se convertirá con los años en un asesino despiadado.
AMA MARÍA: El ama de leche de Ramón y amante de su padre. Ramón crece celoso de su hija Aina, ya que el ama le ha dado el único cariño maternal que ha conocido.
AINA: La hermana de leche de Ramón, cuyos sentimientos mutuos se transforman de celos en odio por la confesión de un terrible secreto. Se inicia en la brujería por venganza hacia él, ignorando lo que esto desencadenará .
UNISSA: Madre de Ramón. Dama de la alta nobleza, superficial y ambiciosa, que ignora todo cuanto no quiere ver.
FRANCINA: Esposa de Ramón, casada prematuramente con él a la edad de trece años por intereses económicos pactados desde su nacimiento.
BALTASAR CALAFAT: Síndico de la villa de Santa Margarita, defensor de los derechos del pueblo que lucha hasta la muerte contra el poder ilimitado del Conde.
CATALINA: Amante de Ramón, que le da el cargo de ama de llaves para que pueda habitar en la planta noble de la residencia con él. Mujer misteriosa que ama al Conde ciegamente, sin querer ver el lado oscuro de su amado. Su belleza es idealizada a los ojos de Ramón de tal forma que no se puede saber si realmente es tan hermosa como él la ve.
NARRADORA: Misterioso personaje que irrumpe entre los acontecimientos sin previo aviso, desde el presente, sin identificarse. Se encuentra en el Galatzó, y tiene visiones sobre lo que ocurrió realmente allí.


martes, 11 de junio de 2013

LA LEYENDA DEL CONDE MAL. Unas fotos

 La huella del caballo del Conde, que quedó impresa sobre la piedra viva, a la derecha de la capilla
 La fuente del jardín botánico.
 Este es el retrato robot más fiel que se ha podido hacer sobre la figura del Conde, y la que podría ser su imagen hoy en día... :P



 La parte trasera de la casa del Galatzó. Por aquí, hace tres siglos, un enjambre de sirvientes pasaban de la casa a los establos
 La famosa Argolla. No crece ni la hierba, como se ve, tras la sangre derramada en sabe Dios qué número de torturas inflingidas por el Conde y sus esbirros. Impresiona, ¿eh?