lunes, 8 de abril de 2013

El salto de la Bella Dona





                             EL SALTO DE LA BELLA DONA (Leyenda mallorquina)



Prólogo:

“En la isla de Mallorca hay una hermosa sierra, la Sierra de Tramuntana. Hasta hace poco más de cincuenta años, los habitantes de esos hermosos parajes se encontraban prácticamente aislados del resto, por la dureza de sus caminos escarpados y tortuosos, que en época de lluvias o nieve se volvían impracticables. De ahí provienen la mayoría de leyendas de la isla, alimentadas por el misterio de los habitantes de la montaña. Y sus historias, resultasen verdaderas o falsas, eran las que se transmitían de boca en boca en las frías noches de invierno junto al fuego.
La que os voy a contar no la oí sentado ante una chimenea, sino en una noche de luna llena de verano. Tradicionalmente, y desde tiempos inmemoriales, las gentes del llano suben esa noche en una especie de fiesta-peregrinación, a honrar a una pequeña Virgen, Nuestra Señora de Lluc, que está custodiada en un monasterio dedicado a ella, construido en un lugar entre montañas que ha sido sagrado desde la prehistoria. “

Los jóvenes de hoy continuamos con la tradición, convertida ahora en fiesta popular, y ahí estábamos mis dos amigos y yo peregrinando a Lluc aquella noche de agosto. Era la primera vez que disfrutábamos de aquella excursión nocturna, y subíamos alegres y charlatanes, entre otros grupos igual de animados que el nuestro, parando de vez en cuando a comer o beber, y para descansar las piernas de la empinada subida.
-¡Ey! ¿Qué hora es, chicos?- pregunté.
-Son las tres. ¿Paramos aquí a beber?
Estábamos ante un pequeño mirador sobre un acantilado. Nos quedamos en silencio, contemplando a la luz de la luna llena la belleza de la montaña dormida.
-No se oye nada.
-Ni al gaitero.
-No, ahora debemos estar lejos de los demás. O a lo mejor es por el sitio, pero ya viene alguien...
No fue un sonido, más bien un movimiento entrevisto por el rabillo del ojo. Mis amigos sintieron lo mismo, y volvimos la mirada a la negra y estrecha carretera por la que circulábamos.
Una mujer caminaba sola. Llevaba el pelo suelto y los brazos cruzados sobre el pecho. No pudimos ver bien sus ropas, solo que parecían ser oscuras.
Al pasar frente a nosotros, la saludamos como hacíamos con los demás peregrinos. Ella giró su rostro hacia nosotros sobresaltada, y entonces los tres creímos ver... que el lugar de sus ojos lo ocupaban dos cuencas vacías.
Nos quedamos de piedra. Ella desapareció velozmente tras la curva.
-¡Coño, tíos, ¿habéis visto eso?
-¿Pero qué le pasaba a esa mujer?
-No sé, tenía ojeras o algo.
-¿Por qué corre tanto?
-Ni idea, tenía muy mala pinta, tíos.
-Ahora viene más gente.
El fugaz silencio había desaparecido tras la misma curva que la misteriosa mujer. Un grupo de personas se acercaba. Nos saludaron y les devolvimos el saludo.
-¡Hola!, ¿va con vosotros una mujer que ha pasado corriendo?- no pude evitar la pregunta.
-¿Una mujer?, no, estamos todos, ¿no?- me respondió una alegre señora del grupo.
-¿Por qué lo preguntáis? ¿Ha pasado algo?- dijo el que parecía ser su marido.
-No, es que, iba sola y despeinada, y... subía muy deprisa. No sabemos si le pasa algo, ha sido raro. No llevaba mochila ni...
-¿Ni qué?- preguntó la señora.
-No, nada, iba a decir zapatillas o botas, pero en realidad, no le he visto los pies...
-¿No? ¿Qué quieres decir, que no se los has visto o que no tenía?
-Anda, mujer, no empieces, que te veo venir...- la reprendió otra señora de su grupo. Todos habíamos seguido la marcha mientras hablábamos.
-¿Qué pasa?- pregunté intrigado.
-No pasa nada, Antonia quiere asustaros con una vieja historia, llevaba años sin encontrar víctimas, y ahora se lo habéis puesto a huevo, ¡¡jajajaja!!
Todo el grupo rió menos nosotros, que no entendíamos nada.
-¡Cuéntanosla!
-¡Si, por favor!
-Bueno, pero luego no quiero quejas, ¿eh? Y vosotros, el que no quiera escucharnos, ¡que corra, que empiezo!

-Hace más de cien años, un joven llamado Tomeu, se casó con la chica más bonita de la sierra. Todos los jóvenes la habían querido cortejar, pero Aina, que así se llamaba la chica, lo eligió a él.
Tomeu sentía un amor tan profundo por su bella mujer que no admitía rivales. No podía soportar que nadie más que él la mirara. Así que decidió hacerse carbonero, y se llevó a Aina a vivir a una pequeña cabaña perdida por estos parajes, donde no había nadie más que él para contemplarla.
Pero Tomeu debía trabajar, a veces estaba hasta una semana sin poder ir a su pequeña cabaña, cuando tenía el carbón cociéndose y no podía abandonarlo para que el fuego no se apagase o, por el contrario, se avivara demasiado provocando un incendio.  Era un oficio duro y sacrificado.
Luego, bajaba el carbón a lomos de un burro hasta los pueblos para venderlo y comprar víveres. Allí le daban las noticias de lo que pasaba en el mundo. Pero la gente es muy mala. Un día que fue a visitar a unos parientes, su hermano lo llevó aparte:
-Mira, Tomeu, la gente del pueblo habla de tu mujer.
-¿De mi mujer? ¿Y qué van a decir de ella si está la pobre sola allí arriba sin más compañía que las gallinas y el cerdo?
-Dicen que una mujer tan joven y tan guapa no debe estar conforme con la vida que le ha tocado. No sé si me entiendes...
-No, no te entiendo si no te explicas mejor.
-Bueno, lo que dicen, es que cuando estás en el bosque talando árboles o preparando el carbón...
-¿Qué me quieres decir? ¡Anda, habla!- Tomeu enrojecía de furia por momentos.
-Pues dicen que han visto a un jinete entrar en tu cabaña por la noche, cuando no se ve a tu burro atado en la puerta.
Tomeu no quería creer las habladurías, pero el demonio de los celos lo cegaban por momentos.
-¿Y quién hay por la noche que pueda vigilar mi cabaña?¿Eh?
-Los pastores, Tomeu, que también pueden ver a una mujer guapa, joven, y sola, y, ¿por qué no?...ellos también están solos y saben si tú estás con ella en casa o en el monte haciendo carbón. ¡Por el humo saben donde estás! yo no digo nada, que conste, pero la gente habla, ¡y mucho!
Aquí el bueno de Tomeu ya estaba loco por los celos. Emprendió el camino a su casa, y cuanto más se acercaba, más crédito daba a las palabras maliciosas de su hermano.
Como Aina no le esperaba hasta más tarde, cuando oyó el rebuzno del borrico corrió a cambiarse de ropa, feliz por la inesperada llegada de su marido.
El entró encendido por los celos, y la encontró casi desnuda en medio del cuarto. Su imaginación le estaba jugando una mala pasada, y al verla así, creyó que era otra cosa.
-¡¡¿Dónde está?!!
-¡Tomeu, ¿qué dices?! ¡Me asustas! Aún no te esperaba...
-Con que no me esperabas, ¿eh? ¿Dónde está tu amante?- Le gritaba ya encima de ella.
La pobre Aina se echó a llorar, no entendía nada y no se esperaba esa furia de su marido.
Pero Tomeu, ciego de celos y rabia por las habladurías del pueblo, no dejó defensa posible a su esposa.
-¡Vamos, vístete y ven!
Arrastró a la joven por el camino, este mismo camino que ahora pisamos.
La pobre Aina no podía hacer más que lo poco que sabía: rezar a la Virgen de Lluc para que la protegiera.
Pero Tomeu no atendía a rezos ni llantos.
La llevó ante el acantilado, y la alzó por encima de su cabeza con éstas palabras:
-¡Si eres inocente, tu Virgen de Lluc te salvará!- Y dicho esto, la tiró.

Tardó unos minutos en darse cuenta de lo que había hecho. Se asomó y la llamó:
-¡¡¡Ainaaaaa!!!
Pero no le respondió más que el eco de la gran montaña. Oyó algo en el cielo y levantó la mirada. Buitres. Era demasiado tarde.
-¡Virgen Santa!,¿qué he hecho?
Y empezó a correr por este camino hacia arriba, en dirección al monasterio, para pedir ayuda, o quién sabe para qué. Llegó al anochecer. En el lugar reinaba el silencio de los lugares religiosos cuando llega la noche. Entró en el claustro buscando algún cura o monaguillo. La capilla estaba abierta, y una tenue luz de velas salía de ella. Se dirigió corriendo hacia allí, cuando vio la imagen de la pequeña virgen y a sus pies, arrodillada, una mujer.
-¡Aina!- gritó.
Aina se volvió bruscamente hacia él, y al hacerlo se le apartó el pelo de la cara, dejando a Tomeu ver su rostro ensangrentado. Los buitres se habían comido sus ojos.

A la mañana siguiente, un monaguillo encontró a Tomeu, aún con un hilo de vida, tirado a los pies del altar. Antes de morir de terror, confesó su crimen, pero el cuerpo de Aina nunca se encontró.
Se dice que desde entonces, Aina vaga por el camino y el acantilado desde donde Tomeu la arrojó, el mismo sitio donde la habéis visto, y donde otros muchos la han visto también en noches de luna llena, y que se llama en su honor El salto de la Bella Dona.

                                                               FIN

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