martes, 16 de abril de 2013

La casa de los abuelos 7 (fin 1º relato de tres)


 -Fabien. Tengo que hablar con Michelle. Y quiero que me ayudes.
     -¿Ahora? Estás cansada, quizás sea mejor esperar a mañana...
     -Mañana estaré igual, Fabien. Los medicamentos. Pero debo hacerlo. Tú también hablaste con el psiquiatra, sabes que debo contárselo.
     -¿Contarme qué, mamá?¿Pasa algo?
     -Ya no. Es lo que...pasó. Es el motivo por el que he acabado así. Tu tío, Christine, Jean... han sido muy pacientes conmigo. Me quieren demasiado con los disgustos que he dado. No soy más que un trasto.
     -Rose, no digas eso, no es cierto.
     -Sí lo es. Y tú, mi niña. Has tenido que crecer con una madre enferma de los nervios; si no hubiera sido por ellos, tu padre hubiera conseguido internarte, alejarte de mí. Pero eres lo más importante, sin tí hubiera perdido las fuerzas para luchar. Tu padre no las tuvo. No quiso comprenderme ni estar conmigo. Era un hombre débil, aunque tampoco le culpo. Vivir conmigo ya sabéis que no es fácil. Pero ahora eres adulta, y tienes que saber que no estoy loca porque sí. Hay un motivo.
     Ahora los tres habíamos cambiado de postura, y estábamos sentados, mirándonos entre nosotros.
     -Michelle, tú no conociste a tus abuelos. Murieron antes de que tú nacieras. Un accidente de tráfico. Nunca he podido llorar su muerte. Creo que no quería a mis padres. Mi padre...- el tío Fabien agarró la mano de mamá, y ella apretó muy fuerte para poder decir lo que iba a decir:- Mi padre abusó de mí. Mi madre lo sabía, y no lo evitó. Tenía miedo de él. Yo en cuanto pude, me fui de esta casa, igual que el tío Fabien. Pero nunca me recuperé. Intenté ser “normal”, me casé con tu padre... pero es imposible recuperarse de tanto horror. Me equivoqué al no contarle nada a tu padre hasta que ya estábamos casados. Cuando tú naciste, yo ya no quise tener más relaciones con él, empecé a estar siempre depresiva... Supongo que los primeros años, por la novedad, mejoré un poco. Pero sin saber cómo, un día volví a sentirme sucia, y triste y enfadada. Tu padre no lo soportó. No era la misma mujer a la que él conoció. Y mi historia le repugnaba. Tenía pesadillas, no quería que le contara detalles, y se fue alejando de mí, como si mi sufrimiento se le pudiera contagiar. Yo empecé a vivir sólo en mi mundo interior, a recordar el pasado, sin querer, no podía dejar de pensar, y de tener pesadillas. Los sedantes no me hacían efecto. Los recuerdos me acosaban a todas horas. Sólo uno bueno me calmaba. A veces, en medio de los peores sueños, se me aparecía María, nuestra querida María. Me abrazaba y todo estaba bien, como cuando era pequeña y me cantaba para dormirme. Fue nuestra verdadera madre.
     Pero nunca supimos por qué nos abandonó. Yo ya estaba desesperada. Se lo confesé todo a Christine y a tu tío, y les dije que quería volver a casa. A esta casa. Tampoco teníamos muchas más salidas, pero pensé que enfrentarme a mis pesadillas me podría hacer dejar de temerlas.
     Fue duro volver. Ni tu tío ni yo habíamos puesto un pie aquí en todos estos años, y todo estaba tal como lo dejaron los abuelos. Arriba, en el trastero, encontré una caja grande. Tenía ropa y cosas que habían sido de María. En el fondo, había un cuaderno, un diario. Creo que mamá lo guardó todo con prisas y ni lo debió hojear. Hasta la ropa estaba metida de mala manera y arrugada. En el diario de María está su historia. Creo que debes leerla. Para comprenderme. Sé que tú también has sentido cosas extrañas en esta casa. Fui egoista trayéndote aquí, pero debes entender que por una parte, aquí estaba Christine, yo tenía la seguridad de que ella nos cuidaría, informaría al tío si algo se ponía realmente feo, y sobre todo te protegería cuando yo me encontrara mal. Tenemos muchísimo que agradecerle. Y por otra, cualquier lugar hubiera sido igual de malo para mí.
     Mi dolor va conmigo donde quiera que vaya, aquí o en el fin del mundo.
     -¿Los dos habéis leído el diario?- pregunté.
     -Si.- Repuso el tío Fabien. -Pero yo, al contrario que tu madre, no creo que sea necesario que lo leas. Es más, yo lo quemaría. Esa mujer sufrió tanto...
     -Mamá, yo no quiero sufrir leyendo algo que ya pasó y que mira cómo te ha dejado a tí. Desde que vine a esta casa con diez años, he sentido el sufrimiento. Se ha manifestado. Ruidos, portazos, pesadillas...¿Y qué me decís del niño en camisón? Sólo yo lo he visto, pero siempre he sabido que no era mi imaginación.
     -Yo también lo he visto, Michelle. Creo que no es un fantasma, es...un recuerdo. El pequeño tío Fabien, con unos dos años, el parecido es inconfundible, si no, comprueba la foto de la vitrina.
     Me levanté y fui a coger aquella foto, la única foto de familia que existía en aquella casa maldita. Lo miré atentamente. Desde luego, el pequeño de la foto y el fantasmita que yo veía rondar por la casa eran muy parecidos.
     Creo que es mi imaginación quién te ha afectado a tí también, Michelle. El tío Fabien estaba siempre tan sólo, tan...perdido en esta casa. Desde que María se fue, nadie parecía reparar en él. Ese niño perdido aún sigue aquí, esperando a María. Pero es la fuerza de mi enfermedad, de mis pesadillas, quien lo provoca. Y supongo que entre tú y yo hay una especie de...telepatía, por decirlo de alguna manera.
    El tío Fabien se levantó. Dijo que si nadie estaba en contra, podíamos encargar algunas pizzas por teléfono para cenar.
     Mamá se había enrollado en su butaca como un bebé o un gatito, y sorprendentemente, parecía dormida tras una hora hablando casi sin aliento.
     La tapé con una manta y la besé en la frente. Ella sonrió con los ojos cerrados.
     -Mírala, tío. Parece que esta vez la terapia ha funcionado. Necesitaba soltar todo eso.
     -Perdóname, cariño. No sé si yo mismo debí contártelo hace tiempo. Pero ella no quería, y yo dudaba. Los médicos la convencieron. Dijeron que era más necesario para ella que lo supieras tú que los psiquiatras. Esto no la curará, pero estoy seguro de que a partir de mañana, las pesadillas habrán terminado para ella.
     -¿Dónde está ese diario? Se me ocurre una cosa...
     -No lo leas, Michelle. Es un cuento de terror.
     -Por supuesto que no, no me hace ninguna ilusión, te lo aseguro. Pero sí podemos llevar a cabo un último “ritual” para ayudar a mamá a que desaparezcan los fantasmas de su cabeza.
     Le conté mi plan al tío Fabien, quién rió la ocurrencia, y quedamos en que cuando mamá estuviera lo suficientemente despierta, lo llevaríamos a cabo.
     Al día siguiente, nos sentamos en la cocina los tres. Del trastero, además del diario de María, rescaté un viejo barreño de metal y unos periódicos mohosos. Limpieza general.
     El barreño estaba en el suelo. Dentro, en un nido de hojas de periódicos arrugados, reposaba el diario maldito. Abrí la ventana de par en par en previsión, y el tío lo roció todo con líquido para encender barbacoas. Mamá prendió una cerilla y la arrojó dentro.
     Cuando el humo amenazaba con matarnos ahogados, el tío Fabien apagó el fuego con una toalla empapada que ya habíamos preparado antes.
     No hubo manifestaciones fantasmagóricas, ni luces parpadeantes ni portazos. Ni gritos de almas en pena ni niños en camisón. Sólo silencio.
     Y, al fin, paz.

                                                        FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario