martes, 23 de abril de 2013

María 6 (FIN)




 Mi hijo nació en otoño. Fue una noche larga. El dolor parecía no tener fin. Al salir el sol, el llanto de mi pequeño acabó con mi sufrimiento, y quedó olvidado al tener en mis brazos a aquel dulce ser, que había sido mi pecado y mi salvación por igual. Al estar viviendo en una comunidad religiosa, no puede evitar que las monjas se lo llevaran a bautizar de inmediato, en el primer oficio religioso. Me lo devolvieron, embelesadas y sonrientes, diciéndome que le habían puesto el nombre del capellán, Antoni. Me sorprendí riendo con ellas. Yo tampoco había pensado en ningún nombre para él, así que Antoni era tan bueno como cualquier otro.
     Pasó un tiempo dulce, trabajando en aquel ambiente tranquilo y religioso, y viendo crecer a mi hijo, alegre y sano, que en cuanto aprendió a caminar correteaba a sus anchas por toda la casa, siempre rodeado de personas que no podían resistirse a sus encantos. Un rato estaba en la cocina trasteando entre mis piernas. Al cabo de una hora, lo llamaba y me respondía con su voz infantil desde el gallinero, donde iba con el señor Francisco a recoger los huevos para la cena. A veces pasaba por delante de la ventana cogido de una mano a la Madre Superiora, y llevando en la otra un ramo de flores para adornar la capilla. Aquel hospicio, tan temido cuando llegué sola y perdida, se había convertido en el hogar más cálido y acogedor del mundo para los dos. No podía imaginar mayor felicidad.
     
     He despertado de un hermoso sueño. Alguien se ha sentado sobre mi cama.  Una mujer de pijama blanco. Ahora son muchas trabajando para las Hermanas. Nadie me ve, nadie repara en mi presencia. Estoy enfadada, no quiero que me saquen de mi sueño. Fuera hay tormenta. Llueve. Relámpagos y truenos, como aquella noche...
     -”¿Por qué me despiertas? ¿Por qué me molestas? ¿No ves que despierta sufro?”
     No me oye, no me ve. Se levanta de mi cama y mira la noche de lluvia. Se da la vuelta. Ahora me ha visto, grita y sale corriendo. Siempre lo mismo. Salgo al pasillo y vuelvo a vagar por la casa. Busco a Antoni, pero no está. Se fue tras su padre. A Perpignan. Sé que está allí, pero cuando voy a buscarle, sólo me encuentro con mi antigua familia. Mis niños. Rose sufre. Me llama en la oscuridad. Antoni es su hermano, y quiere estar a su lado, protegerla. El monstruo ahora entra en la cama de mi pequeña Rose. Le hace lo mismo que me hizo a mí.
     No puedo consentirlo. Me siento frente al monstruo; en mi estado actual ya no le temo. Me atrevo incluso a hablarle mirándole a los ojos. Pero él se tapa la cara, corre, huye de mí. De nada le servirá. Debo cuidar a la niña.
     He descubierto que en mi estado, el tiempo y el espacio no pasan para mí. En lo que tarda un pestañeo, puedo ir de Perpignan al hospicio. No encuentro a Antoni, no recuerdo cuando lo perdí. Fue al otro lado, pero algo me impide recordarlo.
     Finalmente, el monstruo se suicidó, después de matar a la señora Anne. Lo ví todo. Estuve allí. El sabía que yo estaba allí. Lloraba y se arrepentía, al fin. Los niños habían crecido y se habían marchado. Yo sólo iba a arroparlos y besarlos de noche, cuando dormían, para no asustarlos. Pero al irse de aquella casa, me quedé con ellos. Con Charles y Anne. Por su culpa estoy así. Tanto dolor, tanta pena. Al final lo comprendieron, y sus almas se queman en el infierno.
     Un día, después de mucho pensar, me decidí a enviar una carta a la señora Anne. Quería saber noticias de los pequeños Rose y Fabien, y que supieran que yo estaba bien, enviarles muchos besos, y una foto de mi hijo. No recibí respuesta.
     Pasaron unos meses. Antoni ya había cumplido tres años. Una noche, al ir a acostarlo, me dijo que había venido un señor de visita, y que había adivinado su nombre. Fue a coger algo del bolsillo del pantalón que yo le había sacado para ponerle su camisa de dormir. Me enseñó un soldadito de plomo, y me dijo que el señor se lo había regalado. Al verlo, el corazón se me paró. El soldadito era igual a los que se vendían para coleccionar en el estanco de Perpignan, el del matrimonio Gérard.
     Le pregunté a Antoni cómo era ese señor. Me dijo, ya bostezando, que grande, muy grande, y que hablaba “mal”. Me quedé al lado de mi hijo hasta que se durmió, no se me había ocurrido en ningún momento que al enviar la carta y dar noticias de nosotros, “él” podría venir hasta aquí. No, no lo había pensado. Sólo pensé en Rose y Fabien, y en la señora. A él lo había borrado de mi pensamiento. Pero Antoni era su hijo. Dios mío, ¿qué había hecho?.Me acosté, apagué la luz, y me dormí intranquila, pensando en averigüar al día siguiente algo sobre el visitante y su paradero, mientras una gran tormenta azotaba la casa. Por suerte, el niño dormía profundamente y no la oyó.
     Eran exactamente las tres de la madrugada cuando el viento aulló por la ventana abierta. Me desperté sobresaltada, miré el reloj de la mesilla, y di un salto para cerrar. El agua entraba con violencia. En la penumbra vi el bulto de Antoni dormido, y me acerqué a ver si estaba bien tapado. Era extraño que el portazo no le hubiera despertado. Al asomarme a su camita, vi que el bulto no era él, sino la almohada bajo las mantas. Encendí la luz, y no comprendí al principio...
     El niño no estaba. Lo llamé, entré en el baño, pero la luz estaba apagada. Salí al pasillo gritando, en busca de las monjas, que salieron alarmadas. En pocos minutos todos los residentes del hospicio buscaban a Antoni. Le llamábamos, abríamos puertas, y entonces, un grito me heló la sangre.
    Me contenían para que no saliera. Estaban en el patio, todos bajo la tormenta. Se asomaban a la gran alberca que servía para regar el huerto, donde mi niño pasaba tantos ratos, sujeta su ropa por mi mano, dando trocitos de pan a los peces blancos y naranjas. No pudieron contenerme. Subí el escalón y allí estaba, flotando boca abajo. Lo último que recuerdo es una masa informe de peces agitados y hambrientos soltando su cuerpo al tiempo que yo tiraba de él y lo abrazaba para protegerlo de la lluvia que nos empapaba. Tras eso, la oscuridad. El silencio y los gritos. Cuando nadie me vio, fui a la farmacia contigua a mi habitación, me tomé todos los medicamentos que estuvieron a mi alcance, me volví a acostar; y me dormí, me dormí con la esperanza de reunirme con Antoni.
     Desde entonces lo busco.
     Un día, una señora que estaba moribunda llamó mi atención. Me acerqué a su cama, y comprendí que en ese estado ella podía verme, y no me tenía miedo. Me sonrió, y me dijo en susurros que me recordaba cada día, que recordaba a mi pequeño. Me hizo una señal leve con su mano para que me acercara más. Me senté muy cerca de su cara, y me dijo que había visto a mi niño. Ella le había preguntado que dónde iba, y él le respondió que a ver al hombre malo que lo había sacado a la tormenta. Le dí las gracias, la besé en la frente, y comprendí que Antoni había seguido a su asesino, su propio padre, hasta Perpignan. Así empecé a vagar con sólo un pestañeo de uno a otro lugar.
     Y me reencontré con Rose, que ya es una mujer, y con su hija Michelle. Ella ve a Antoni. Quizás puedan ayudarnos a volver a estar juntos. Lo esperaré en casa, durmiendo en nuestra antigua habitación.

                                                            FIN
     

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