martes, 9 de abril de 2013

La casa de los abuelos 2




 Subimos la empinada escalera despacio. Yo iba delante, y me giraba para mirar a mamá, 

que tenía la cara muy seria y parecía que no miraba a ningún sitio. Desde que ella y papá se 


divorciaron, mamá había llorado mucho, pero siempre tenía un rato para reírnos juntas, o para 


que le contara las cosas del colegio. Yo era pequeña, pero me daba cuenta de que mamá 


fingía alegría sólo para mí. En ese momento, mamá no fingía nada. me daba un poco de 


miedo esa expresión que nunca había visto en ella. la llamé:


    
 -Mamá...- Ella pareció entonces volver a la realidad y me miró, forzando una sonrisa.

     -Vamos, Michelle. Vas a entrar por primera vez en la casa donde yo nací. A ver, esta es la llave de aquí...cuando yo era pequeña, esta puerta no se cerraba nunca con llave. Sólo la de la calle por las noches.

     Giró la llavé y empujó lentamente, como si no tuviera ninguna prisa. Buscó el interruptor de la luz. Yo nunca había visto uno igual, se accionaba rodando, y era negro. En el recibidor, un papel de pared de color azul amortiguaba aún más la mortecina luz de la lámpara en forma de flor. Mamá empezó a adentrarse. Yo cerré la puerta y me pegué a su abrigo. Aquella casa me parecía fea y triste, a falta del conocimiento de lo que era un piso antiguo y deshabitado, que es como lo veo hoy. Pero aquel día era la primera vez que veía un lugar así. Llegamos a otra sala, y mamá encendió otra luz. Era un salón comedor. Los muebles eran casi negros, con muchos artesonados. Una gran mesa con un enorme ramo de flores frescas, que mamá comentó sonriendo que eso era cosa de Christine se encontraba casi en el centro de la gran sala. Más allá, unos enormes sofás de terciopelo granate con una alfombra persa a sus pies. Un mueble más moderno con un televisor en color parecía fuera de contexto frente a los sofás, junto a un gran ventanal que daba a la calle. Mamá había encargado comprar y llevar algunas cosas que nos serían necesarias a Christine, pero ella no había puesto un pie allí para supervisarlo hasta ese momento, en que las dos lo descubríamos juntas. En ese momento yo aún no pensaba en esos detalles. Fue mucho más tarde cuando empecé a preguntarme por qué mamá había evitado hasta el último instante subir aquella escalera. Y qué fue lo que la hizo volver allí.

     Una vitrina llamó mi atención, y me dirigí hacia ella. Dentro había muñecas de porcelana. En el centro, una foto en blanco y negro enmarcada, donde se veía a una mujer de pelo claro recogido, con un bebé muy pequeño en los brazos, y una niñita vestida como aquellas muñecas de la vitrina a su derecha. Mamá abrió la puerta y cogió la foto.
      -¡María!-dijo mientras acariciaba el cristal.
      -¿Quién es, mamá?
      -Mira, Michelle,- dijo acuclillándose. La niña soy yo, el pequeñín mi hermanito Fabien. Es dos años menor que yo. La señora es María. Era nuestra niñera.
     -¿Dónde está el tío Fabien?
     -En un barco, cariño. Ya sabes que es...
     -¡Militar!
     -Eso mismo. Vendrá a vernos en seguida que pueda, le escribí una carta contándoselo todo. Pero a veces está muy muy lejos y no puede venir en seguida.
     -¿Y dónde está María?
     Mamá se quedó callada mirando la foto un buen rato. Creí que no me había oído y cuando estaba a punto de repetírselo respondió:
     -No lo sé. Un día se marchó y nunca volvimos a verla.
     Mamá me llevó a la cocina. Allí habían instalado una cocina y un horno de gas. Me dijo que los que había allí antes eran tan viejos que ni siquiera habrían funcionado. También habían puesto un frigorífico grande. mamá iba revisando. Dijo que Christine se había encargado de comprar algo de comida, y que iba a preparar la cena. Me miró sonriendo y me dijo que mi abuela no sabía cocinar, porque cuando ella era pequeña tenían a María que lo hacía todo.
     -¿Y mi cuarto?¿Dónde está?
     -Mmmm...¿sabes qué? Mientras yo hago algo de comer, búscalo. Seguro que lo reconocerás.
     Salí de la cocina divertida por la perspectiva de buscar mi cuarto sorpresa, pero en cuanto estuve fuera, me volvió a asaltar la sensación de tristeza y la oscuridad me hizo saltar el corazón.
     -Mamá,- dije volviéndome hacia ella.-¿Por qué no abres las ventanas? Tengo miedo.
     -Tienes razón, Michelle, estoy tan nerviosa que ni me he dado cuenta. Me senté en una silla de la cocina esperando que mamá abriera. Sin darme cuenta me había metido el pulgar en la boca, y con la punta del zapato seguía el dibujo de las baldosas coloridas en verde. Un movimiento en la puerta me hizo levantar la cabeza.
     -Mamá, ¿ha subido Christine?
     -No, ¿Por qué lo preguntas?
     -¿Christine y Jean tienen hijos?
     -¡Claro que no!, tú lo sabes, Michelle. ¿Qué tonterías estás diciendo?
     -Entonces, ¿quién es ése niño de ahí?
     Mamá se giró rápidamente. Pero cuando lo hizo, el niño del camisón blanco salió corriendo antes de que mamá pudiera verlo.


     

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